Por fin llegó el momento de
conocer las especialidades quirúrgicas del hospital, así que por una semana me
convertí en el dueño del quirófano 8 del clínico. Un quirófano es ese sitio
donde te pasas las horas de pie con una persona cubierta de mantas verdes en la
camilla a la que estás si no salvando la vida, se la estás haciendo más cómoda. Disfrazado con un pijama, pantuflas, gorro y mascarilla.
El protocolo consiste en que el
paciente llega y se le avitualla, luego se ponen las sábanas verdes que indican
la frontera entre los microrganismos patógenos (donde se incluyen todas las
personas que hay en el quirófano menos enfermera, y cirujanos), y la pulcritud
máxima. El cirujano una vez lavado con el delantal y los guantes comienza a
cortar con el bisturí eléctrico. Inundando todo con un olor a pollo quemado
(como cuando les quitas los pelos con un mechero a las alitas antes de freirlas).
Un entorno jerárquico donde cada
uno tiene su función asignada y en el que te pueden matar si tocas la sábana
verde y conoce a la perfección lo que tiene que hacer.
Lo que no quita para que siempre
que se respete la asepsia pueda entrar la gente como si fuera el salón de su
casa... Incluso en algunas ocasiones hasta parece que en cualquier momento va a
llamar el del butano al telefonillo que comunica con los celadores.
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