Si algo había aprendido en los últimos años, era que las cosas siempre podían ir a peor, y la verdad, que últimamente sólo faltaba tocar el fondo. Inmersos en un vía crucis constante, en cuanto a problemas y personajes, no compensaba el daño que nos estábamos haciendo. La situación estaba estancada y no hablo de ser más guapo o más listo, sino de que el mundo es injusto y de que hay cosas que no deberían suceder nunca. Según se iban trenzando los desengaños, sentía esa desgarradora sensación del enfado por la impotencia y el deseo imperioso de abandonar un absurdo. Aún así, la rosa no se había marchitado del todo, y quedaba el último cometido de exprimir al máximo los restos de lo que alguna vez ostentó majestuoso. Difícil reto donde el silencio y el no mover eran la solución, pero quiero pensar que quedaba sitio para la cordura. Aún así, benditos bandazos e imprecisiones, resultado de la biología y de la evolución, que hacen que con cada latido los problemas ya formen parte de la solución.
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