jueves, 6 de septiembre de 2012

Ójala no te hubiera conocido

Intentaba escribirla, pero cada vez que lo intentaba eran esas las palabras que enturbiaban mi mente. Quería olvidar lo que nos había sucedido, su pasotismo y abandono en el último año hacían que escribir una despedida fuera tan difícil como intentar controlar todo cuanto nos rodea. Aun quedándome con lo bueno, al escribir el primer párrafo los reproches corrían de nuevo hacia mi mente, tampoco era ese el momento de contar todo aquello que el silencio y el tiempo habían guardado. 

Cuánto daño en tan poco tiempo, aunque era cuestión de esperar para que las ascuas se consumieran en la chimenea, sin un buen leño de madera.

El problema era que ambas partes se habían hecho daño, con ese juego de indirectas, complicados pasos sin terminar y reproches que como dardos hirientes se clavaban en su ya maltrecha relación. Aunque se puede curar un corazón roto, se necesita ese apoyo extracorpóreo que deriva la sangre mientras dura la operación y si el otro no está dispuesto a avivar el fuego, aunque sea con un pequeño palo de madera, todo terminará en cenizas, y el electrocardigrama se parará, yéndose cada uno por su lado.

Es por eso que el hecho de mentir en una despedida me resultaba casi tan incómodo como no despedirse. Igual era quedarse con la incertidumbre de los cabos sueltos. Pero, ¿merecía la pena descoser el manto cuando el tiempo para tejerlo de nuevo ya se había agotado?

No hay comentarios:

Publicar un comentario