Corría el año 2013 cuando dos soñadores nos inscribimos de voluntarios en el proyecto Olímpico de Madrid. Defraudados de 2012 y 2016. Empezábamos cuarto de carrera, uno acababa de venir de Canadá y al otro le quedaba poco para ser ingeniero, así que por qué no pensar en un plan de futuro.
Hoy, siete años después, con los mosqueteros repartidos por la geografía y en medio de una pandemia. Mientras uno hace las maletas para volar a Suramérica, el otro se prepara para ir a Barcelona. Del barrio al mundo, pero más allá de esto no se me ocurre sino estar agradecido y seguir soñando junto a uno de esos amigos que se cuentan con los dedos de una mano.