-De repente, tú y
sólo tú, sin dado, sin tablero, jugando detrás de
sacádicas miradas y de medias sonrisas. Indirecto e indiscreto caminar, entre
puertas que abren y cierran.
Seguían las voces de los niños perdidos.
-Sólo,
pero contigo, comulgaba mi verdad en mi laberinto de cuatro paredes.
Le habían
convencido de que sobraba, de que era diferente, todos los días lo mismo.
-Tú,
conmigo, más voces, tres velas para encender dos estrellas, demasiada gente.
Respiraba con dificultad y un
movimiento convulsivo agitaba sus extremidades, no es posible ser lo que no se es: Mentira y verdad, jinetes de un
mismo caballo. El último caballo.
