Inviernos sin nieve encerrados en
congeladores de olas de calor. Parecía como si se hubiera fundido el foco de la realidad marcando el camino la vieja brújula de la relatividad.
Ajusté los ceñidores y me dispuse
a despegar. Lejos de los gusanos de hierro que surcan la ciudad, en alturas de
un mundo de mañanas, en las que no hace falta madrugar. Ardides cristalizados
en tardes de estreno en las que aunque sólo fuera durante unos días los
espíritus de las navidades pasadas, presentes y futuras dieran igual.
Libre para hacer volteretas lejos
de corrientes de alta tensión, incertidumbres e inseguridad. Deseando a dos
meses del final seguir siendo percentil cincuenta de un mundo de normalidad delimitado por infinitas desviaciones de felicidad. Donde millones de chapucistas y porteras
de correveidiles día a día rompen espirales de negatividad.
FELIZ AÑO NUEVO.