La gente corría despavorida huyendo no sé muy bien de qué. La verdad es que con tanto humo no conseguía ver nada. Sin embargo fue el hecho de tocar cuerpos calientes a mí alrededor lo que me empezó a asustar hasta el punto de temblar por la tensión.
Otra vez esos gritos, no podía
quitármelos de la cabeza, ¡fuera! Gritaba una y otra vez, era como correr sin
aire, sin vida en una pesadilla echa realidad. El mundo de las tinieblas me había
rodeado y trataba de poseerme destruyéndome poco a poco.
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Me arrinconaron, notaba el olor rancio del tiempo no
aprovechado, la corrupción y la decrepitud. No me quedaba elección, saqué el
puñal que llevaba en el pantalón y me hice un corte limpio en el brazo, sería
la última vez que vería la sangre caliente brotar de mi brazo, ¿Una solución
cobarde? Puede ser, pero a partir de ahí supe que no iba a ser el mismo. Que
esto me marcaría para toda la vida, por no haber tenido los escrúpulos
necesarios para detener eso que crecía en mi interior desde la violación de esa niña, pecado consentido del que mi silencio fue cruel consentimiento.
Ya se había
derramado casi toda la sangre, notaba las palpitaciones de un agonizante
corazón que trataba de exprimir al máximo cada latido, todo me empezaba a dar
vueltas, cada vez estaba más cansado, el fin cada vez estaba más próximo.